Cómo Enrique VIII pervirtió la moneda inglesa para alimentar su lujoso estilo de vida

Dos de los reyes más famosos de Inglaterra -Enrique I y Enrique VIII- adoptaron enfoques muy diferentes con respecto al dinero.

Había una vez un rey que sólo medía 30 centímetros. Según la historia, era un pésimo rey, pero tomaba buenas medidas.

Ya sé que te estás quejando. Bueno, ten un poco de paciencia. Soy economista e historiador, no comediante.

Sin embargo, me interesan mucho las diferencias en la vida real entre un pésimo rey y un gran gobernante en al menos un asunto importante: cómo manejan el dinero. No me refiero a sus hábitos de gasto, sino a su honestidad (o falta de ella) en la producción del dinero en sí. Un pésimo rey degrada o abarata la moneda, mientras que un gran gobernante asegura su integridad y valor. En la historia de las monarquías inglesa y británica, dos de los ocho Enriques -el Primero y el Octavo- tuvieron de diferencia 400 años y visiones muy distintas respecto a este tema económico vital.

Los monarcas y el dinero no suelen mezclarse bien. La mayoría de los monarcas, especialmente los "absolutos", tienen un apetito voraz por los ingresos. En eso, parece que comparten un rasgo con la mayoría de los gobiernos de cualquier forma, tarde o temprano. Nunca tienen suficiente dinero. Los peores de ellos no sólo cobran impuestos y piden prestado en abundancia, sino que también monopolizan la emisión de moneda o papel moneda y luego la malbaratan acuñando e imprimiendo como locos. Esa es una de las razones por las que a los economistas como yo nos encantaría separar el dinero del Estado. Una regla empírica fiable y trabalenguas es que los mercados son mejores creadores de dinero que los monarcas o los monopolios.

Si Enrique VIII hubiese conocido su historia, podría haber aprendido del anterior Enrique y haber sido un mejor administrador del dinero.

Piensa en Enrique I como el Enrique del Dinero Fortalecido. Piensa en Enrique VIII como Enrique Dinero Barato.

El primero fue genial. El segundo fue pésimo.

Enrique I de Inglaterra llegó al trono en 1100, sólo 34 años después de que su padre normando, Guillermo el Conquistador, se ganara el trono a través de una invasión en 1066. Enrique gobernó por más de 35 años hasta su muerte en 1135. Fue un hombre fuertemente autoritario, pero también lo fueron prácticamente todos los potentados de la época.

Las cecas inglesas, donde se acuñaba la moneda del reino, debían emitir monedas que cumplieran los requisitos de la realeza. Cada denominación debía tener un determinado tamaño y peso de metal precioso. Cuando en 1124 Enrique I se enteró de que las monedas de sus cecas eran en su mayoría de estaño en lugar de plata, y sus propios soldados se quejaban de que les pagaban "sueldos sin valor", decidió enseriarse con el dinero. En diciembre de ese año, convocó a los acuñadores a una asamblea en Winchester conocida como "Assize of Moneyers". A los culpables de engañar con la moneda -literalmente docenas de ellos- se les cortó la mano derecha y, por si fuera poco, se les castró. También fueron despedidos del servicio real, aunque el desempleo fue probablemente la menor de sus tribulaciones.

En su magistral biografía de Enrique I, el historiador C. Warren Hollister escribe: "Estas sanciones estaban en consonancia con las leyes tradicionales inglesas contra la acuñación de monedas falsas, y Enrique recibió elogios y gratitud general por aplicarlas".

Los fuertes métodos funcionaron. Durante la década restante del reinado de Enrique, el dinero honesto y los precios estables gobernaron la economía. Todos estos siglos después, es recordado por los historiadores por sus ingeniosas "reformas monetarias", por muy crueles y dolorosas que fuesen para algunos.

Enrique VIII fue otra historia. Se le conoce sobre todo por sus seis esposas y por haber desencadenado la Reforma inglesa cuando el Papa se negó a permitir la anulación de su matrimonio con la primera, Catalina de Aragón. Se sentó en el trono (el Real) durante casi 38 años, de 1509 a 1547. Lejos de defender la integridad del dinero, presidió lo que los historiadores denominan "El Gran Engaño".

A partir de 1544, Enrique VIII ordenó una serie de reducciones masivas del contenido de oro y plata en la moneda inglesa. Algunas monedas fueron despojadas por completo de su contenido en metales preciosos y en su lugar se utilizó cobre o estaño.

Enrique necesitaba más dinero para su fastuoso estilo de vida -representado en la popular serie de televisión Los Tudor-, sus aventuras en el extranjero y la construcción de castillos (el equivalente medieval a las "infraestructuras"). Como conseguía gastar el material degradado antes que el pueblo, podía utilizar las monedas basura para comprar lo que necesitaba, antes de que los precios se dispararan en toda la economía.

Dos años después de convertirse en reina, en 1558, Isabel I y su asesor financiero, Thomas Gresham, retiraron de la circulación todas las monedas basura.

Clásico. Los emperadores romanos hicieron lo mismo, lo que en el siglo IV produjo lo que el historiador Max Shapiro denominó "una superinflación ciclónica" (véase su libro The Penniless Billionaires).

Enrique murió en 1547, por lo que no vivió para ver todos los efectos de su deshonesta e inflacionaria estupidez. Pero su sucesor, Eduardo VI, abolió formalmente la política de la devaluación en 1551. Dos años después de convertirse en reina, en 1558, Isabel I y su asesor financiero, Thomas Gresham, retiraron de la circulación todas las monedas basura. Las sustituyeron por un tipo de moneda más honesta, de metal precioso, que Enrique I aprobó.

Si Enrique VIII hubiese conocido su historia, podría haber aprendido del anterior Enrique y haber sido un mejor administrador del dinero. Afirmaba ser un hombre de Dios pero engañaba a sus propios súbditos, violando numerosos mandatos bíblicos contra los pesos y medidas falsos. Quince siglos antes de que Enrique decapitara a su segunda esposa, Ana Bolena, el profeta Isaías amonestó a los israelitas por el envilecimiento cuando declaró: "Tu plata se ha convertido en escoria, tu vino en agua".

Así que en asuntos monetarios, así como en asuntos de una variedad más mundana, Enrique VIII fue un pésimo rey y Enrique I tomó buenas medidas.

Enrique murió en 1547, por lo que no vivió para ver todos los efectos de su deshonesta e inflacionaria estupidez.

Nuestros políticos de hoy podrían aprender un par de cosas de estos dos Enriques.