El 25 de octubre se cumplió el 250 aniversario del nacimiento de Benjamin Constant, a quien Nicholas Capaldi calificó como "el pensador clave de la tradición liberal clásica francesa entre Montesquieu y Tocqueville", e Isaiah Berlin lo caracterizó como "el más elocuente de todos los defensores de la libertad y la privacidad".
Cabría esperar que, con semejantes elogios, el cuarto de milenio de Constant recibiera cierta atención. Pero sigue siendo casi desconocido en el mundo anglosajón. La razón principal es que escribió en francés y su obra más importante, Principios de Política Aplicables a todos los Gobiernos (1810), no se tradujo al inglés hasta 2003, mucho, mucho después de los abusos de la Revolución Francesa y del autoritarismo de Napoleón que la impulsaron.
En gran medida informado por la Ilustración escocesa, Constant argumentó las ideas del liberalismo clásico en Francia, defendiendo cada aspecto de la libertad como un todo orgánico. Y esos argumentos claves se presentan en Principios de la Política. Además, la excelente traducción de Dennis O'Keefe muestra a Constant como uno de los más perspicaces, eruditos y célebres estudiosos de la libertad.
Hay más material excelente en Principles of Politics de lo que este breve comentario podría mencionar. Para aquellos que quieran ver una discusión más extensa, recomiendo mi reseña del libro en el Journal of Libertarian Studies del invierno de 2005 (pp. 97-104). Sin embargo, Constant merece algo de atención en su aniversario. Su libro XV: The Outcome of Preceding Discussion Relative to the Action of Government, que resume bastante bien su tema central, el caso abrumador de la libertad. Consideremos algunos extractos de ese capítulo:
Hemos examinado casi todos los asuntos en los que el gobierno, superando los límites de la estricta necesidad, puede actuar por motivos de supuesta utilidad. Encontramos que en todos ellos, si se hubiera dejado a la gente a su libre albedrío, habrían ocurrido menos males y obtenido más beneficios.
La clase gobernante se crea a sí misma deberes para ampliar sus prerrogativas. Agentes excesivamente obligados de la nación, asaltan constantemente su libertad... en nombre de hacernos felices.
Los gobiernos deben vigilar que nada entorpezca nuestras diversas facultades... ¿Qué dirían los habitantes de una casa si los guardias que han colocado en las puertas para impedir la intromisión de cualquier extraño y para calmar cualquier disturbio doméstico, se dieran a sí mismos los derechos de controlar las acciones de esos habitantes y de prescribirles un modo de vida, con el pretexto de impedir esas intrusiones y disturbios?
Los gobernantes son esos guardianes, puestos por individuos que se reúnen precisamente para que nada perturbe su tranquilidad ni altere sus actos. Si los gobernantes van más allá, se convierten ellos mismos en una fuente de problemas y perturbaciones.
No es un crimen del hombre querer manejarse con sus propias luces, aunque el gobierno las encuentre imperfectas. Es un crimen en el gobierno, sin embargo, castigar a los individuos porque no adoptan como su interés lo que les parece a otros hombres... cuando, al fin y al cabo, cada uno es el juez en última instancia.
Subordinar los deseos individuales a la voluntad general, sin necesidad absoluta, es poner gratuitamente obstáculos a todo nuestro progreso. El interés individual está siempre más iluminado en lo que le concierne que el poder colectivo, cuyo defecto es sacrificar a sus fines, sin cuidado ni escrúpulo, todo lo que se le opone. Hay que controlarlo y no fomentarlo.
Aumentar la fuerza de la autoridad colectiva nunca es otra cosa que darle más poder a algunos individuos. Si la maldad del hombre es un argumento contra la libertad, lo es aún más contra el poder. Porque el despotismo no es más que la libertad de uno o de unos pocos contra el resto.
Nunca se dirá demasiado que la voluntad general no es más digna que la individual, cuando se sale de su jurisdicción.
El interés público no es más que los intereses individuales a los que se les impide perjudicarse mutuamente.
Los pueblos no han comprendido que [los gobiernos] sólo deben conservar las garantías de la libertad, de la independencia de las facultades individuales y, para ello, de la seguridad física individual.
Para que un pueblo progrese, basta que el gobierno no lo encadene... El gobierno que lo deja en paz lo favorece bastante.
De la capacidad del gobierno para hacer mucho daño se concluye que puede hacer mucho bien. Estas dos cuestiones son muy diferentes.
Principles of Politics merece un espacio en la estantería de todo amante de la libertad (así como su obra The Liberty of Ancients Compared with that of Moderns). En él, Benjamin Constant aborda la autoridad política, el derecho, la libertad de pensamiento y de religión, la propiedad, la fiscalidad, la guerra, etc., con la libertad como piedra angular. A diferencia de nuestro zeitgeist moderno, reconoció que "es totalmente innecesario sacrificar la menor parte de los principios de la libertad para la organización de una autoridad gubernamental legítima y suficiente". Por lo tanto, en lugar del despotismo del gobierno que excede su autoridad legítima en casi todas las dimensiones, vio la promesa de un mundo mejor si "podemos establecer en su lugar algo llamado libertad". En el 250º aniversario de Constant, esa promesa merece ser celebrada en su nombre.