Este ensayo es una condensación del artículo “Discovery Factors of Economic Freedom: Respondence, Epiphany, and Serendipity”, publicado en Uncertainty and Economic Evolution: Essays in Honour of Armen A. Alchian, editado por John R. Lott, Jr. (Londres: Routledge, 1997). Reimpreso con permiso de Routledge.
Cuando un economista se coloca frente al pizarrón y dibuja un diagrama de oferta y demanda, finge saber todas las oportunidades relevantes. Los economistas deben suponer tales entornos para enmarcar la historia. Cuando las historias se formulan con precisión, especialmente al expresarse en matemáticas o diagramas, se las llama “modelos”. Una resolución en tal modelo se denomina “equilibrio”. Los modelos nos enseñan mucho sobre competencia, inversión y otros temas importantes en economía. Pero la sobreexposición a los modelos puede nublar nuestra capacidad para ver otras facetas relevantes de los procesos económicos. Uno empieza a olvidar que hay mucho que no se conoce.
Centrarse en los modelos de pizarrón limita nuestra comprensión de la libertad económica. Los economistas se enfocan tanto en modelos como el de oferta y demanda que, al tratar asuntos públicos, entienden la libertad solo en términos de lo que logra dentro de esos modelos. Las historias de equilibrio sobre controles de precios, salarios mínimos y barreras de entrada nos llevan a pensar en los mercados como procedimientos ordenados y en la libertad como algo reducido a elegir dentro de esos procedimientos. Puede ser la libertad de los inquilinos para elegir apartamentos caros, de los obreros para aceptar empleos mal pagados o de los consumidores para contratar electricistas sin licencia. Dado que las historias de equilibrio suponen la industria, las preferencias y las oportunidades, todo lo que la libertad logra es una utilización más eficiente de los recursos dados.
Los economistas rara vez hablan de descubrimiento, imaginación o serendipia, y por ello tienden a descuidar estos factores vitales del progreso económico. A menudo trasladan ese hábito mental a la política pública. En consecuencia, son insensibles al hecho de que las restricciones gubernamentales a la libertad tienden a sofocar los factores vitales del descubrimiento.
Por ejemplo, el economista puede pensar que, al formular políticas para el transporte urbano, los expertos gubernamentales pueden, tras un cuidadoso estudio, determinar adecuadamente las tecnologías y sistemas de transporte que convienen a la ciudad y luego implementarlos. Discrepo de ese enfoque, sin importar el sistema propuesto. Volveremos al ejemplo del transporte urbano a lo largo de este ensayo.
La libertad para elegir entre un conjunto dado de alternativas es solo una de sus facetas. Examinaré tres más, cada una asociada con un tipo de descubrimiento.
Búsqueda y respuesta
Como consumidores no conocemos completamente lo que las tiendas ofrecen ni los precios que cobran. Necesitamos información y la obtenemos buscando. Buscar toma tiempo y esfuerzo, pero aprendemos más sobre las alternativas disponibles.
En otros casos, la información simplemente llega sin buscarla. Tal vez por azar vemos un anuncio que nos informa de una oportunidad valiosa. O quizás en una conversación escuchamos algo útil que no habíamos buscado activamente. Luego revisamos nuestros planes y respondemos apropiadamente a la nueva información. A esto lo llamo respuesta (respondence).
Ya sea que el individuo busque información o la reciba mientras persigue otros fines, supongamos que esta encaja en sus planes originales. Ahora sigue sus planes de modo algo distinto, pero sin alterar su interpretación básica de lo que hace.
La búsqueda y la respuesta son similares y aquí se tratan juntas. Los economistas pueden incorporarlas en sus modelos formales, pero ciertamente complican el análisis, y por lo general tales complicaciones no valen el esfuerzo. En la práctica, los economistas suelen omitir estos elementos, salvo que sean el foco del estudio.
Algunos economistas han explorado la importancia de la respuesta y de la libertad. Analizan cómo la incertidumbre da lugar a prácticas económicas que de otro modo serían difíciles de explicar, como las filas, las órdenes pendientes, la integración vertical o el uso de múltiples proveedores. Ronald Coase enfatizó la importancia de las oportunidades especiales y las idiosincrasias empresariales, como “las diferencias en el momento en que se realizan los pagos y se obtienen los ingresos”.[1] Estos puntos muestran una apreciación por la individualidad y la incertidumbre de las condiciones locales, y sugieren que las restricciones a la libertad impiden una respuesta adecuada.
La respuesta sin restricciones incluye no solo flexibilidad para decidir en aislamiento, sino también libertad para formar contratos complejos que otorguen flexibilidad en las relaciones con otros. Aunque se espere seguir el plan A, puede contratarse con antelación la opción de seguir el plan B o C, o cualquier otro que mejor responda a la contingencia. Por ejemplo, Arthur DeVany y Ross Eckert narran cómo, en la época dorada del cine, las productoras firmaban contratos con actores y otros talentos, e integraban verticalmente la exhibición de películas debido a las fuertes incertidumbres tanto del lado de la oferta como de la demanda. Argumentan que la decisión Paramount de la Corte Suprema (1948), que desmanteló este sistema, se basó en una noción simplista de “restricción de comercio” y perjudicó tanto a productores como al público.[2]
En el ejemplo del transporte urbano, la incertidumbre y la individualización pueden ser fundamentales, y la adaptación crucial. Los transportistas pueden no esperar que las condiciones actuales persistan. Nuevos competidores pueden ingresar o los existentes retirarse. Las empresas pueden querer abandonar o añadir rutas, alquilar sus vehículos o modificar sus contratos laborales con flexibilidad. En la empresa privada no regulada, esa respuesta flexible —práctica común— es una fuente importante tanto de control de costos como de servicio eficaz. Pero raramente se capta en los relatos de equilibrio.
Epifanía
Una cosa es saludar a la fortuna cuando toca a la puerta, y otra es reconocerla en sus formas ocultas y aprovecharla. Aquí distinguimos entre responder a los acontecimientos dentro de un marco conocido y descubrir un nuevo marco de interpretación. Este elemento de epifanía, de hallar fortuna al reinterpretar el mundo, es sutil y vital en la toma de decisiones humanas. Sin embargo, está ausente en los modelos de equilibrio.
Un ejemplo se encuentra en el cuento El sacristán (The Verger) de W. Somerset Maugham. Un nuevo vicario llega a la iglesia de St. Peter’s y descubre que su sacristán, Albert Edward Foreman, no sabía leer ni escribir. Cuando le ordena aprender, Foreman responde: “Soy demasiado viejo para eso” y renuncia. Sale a la calle y, deseando un cigarrillo, nota que no hay tiendas que los vendan. “No puedo ser el único que camina por aquí y quiere un cigarrillo”, dice. “A uno le iría bien con una tiendita aquí.” De repente exclama: “Esa es una idea. Qué curioso cómo vienen las cosas cuando uno menos lo espera.” Así abrió una tienda de tabaco y dulces, luego varias más, y acumuló una fortuna. Cuando el banquero se sorprende de que no sepa leer ni escribir y le pregunta qué sería si hubiera aprendido, responde: “Sería sacristán de St. Peter’s.”[3]
La historia muestra a un hombre que descubrió algo que no buscaba, y que probablemente jamás habría descubierto de otro modo. En los términos de Israel Kirzner, el sacristán estuvo alerta a una oportunidad de ganancia.[4] Su percepción inicial (la calle como mal lugar para conseguir cigarrillos) se transformó en una reinterpretación creativa (un buen lugar para venderlos). Esa oportunidad pudo haberse pasado por alto por completo.
Los economistas prestan atención a la innovación tecnológica visible, pero muy poca a la alerta o epifanía en sus manifestaciones cotidianas. La historia del sacristán no es material para titulares ni para un modelo elegante; tampoco la recoge ninguna variable como “educación” o “I+D”. Sin embargo, ese tipo de pequeños descubrimientos, multiplicados por millones, explican buena parte del progreso económico. Es creatividad e imaginación repetidas una y otra vez en los mundos individuales de las personas. Mientras la búsqueda/respuesta describe la adaptación del individuo dentro de su mundo, la alerta kirzneriana describe su reformulación de ese mundo.[5] Por su naturaleza, esa reformulación es casi imposible de capturar en un modelo de equilibrio.[6]
Con frecuencia los economistas descuidan los efectos de las políticas públicas sobre la alerta y el proceso de descubrimiento. Kirzner, sin embargo, se pregunta: ¿qué instituciones económicas y políticas pueden fomentar mejor esa alerta emprendedora?
En el cuento, el sacristán notó algo que le convenía notar. En el núcleo del argumento de Kirzner a favor de la libertad económica está su reconocimiento de que dos personas que caminan por la misma calle verán cosas distintas, pues cada una nota aquello que le interesa.[7] Esto implica que las oportunidades se descubren y aprovechan mejor en un marco legal que dé a los individuos interés en hacerlo.
En los modelos formales, la libertad económica conduce a resultados eficientes. Pero el argumento de Kirzner surge precisamente porque las condiciones del modelo no se cumplen. En la realidad, muchas oportunidades permanecen ocultas. Las preferencias, restricciones e interpretaciones son profundamente individuales.
El proceso de mercado genera un sistema de acciones humanas realizadas en ignorancia parcial. Siempre hay discrepancias entre las oportunidades existentes y su reconocimiento. Por ello, Kirzner valora un sistema legal que ofrezca incentivos para que tales discrepancias sean notadas y corregidas.[8] Ese sistema es la libertad económica, que mantiene a las personas alertas al concederles interés en aprovechar las oportunidades. Lo más impresionante del mercado, dice Kirzner, no es su eficiencia en condiciones dadas, sino su tendencia a descubrir medios y fines antes ignorados.[9]
Volviendo al transporte urbano: los gobiernos suelen fijar tarifas y exigir taxímetros. El economista convencional pensará que, mientras el precio no se aleje demasiado del equilibrio, el daño será menor. Kirzner diría que ese razonamiento es insuficiente: la competencia de precios es esencial para el dinamismo del mercado. Al fijar tarifas, el gobierno no solo arriesga escasez o exceso, sino que regimenta la industria y sofoca el proceso de descubrimiento. Si una empresa innovadora no puede ofrecer un precio más bajo, probablemente ni siquiera intente entrar. La sociedad no pierde solo cantidad, sino una exploración entera de nuevas formas de servicio. Esa pérdida social mayor rara vez se percibe desde la perspectiva económica tradicional.
Serendipia
En la discusión de búsqueda y respuesta vimos cómo la libertad permite adaptarse a condiciones individuales. En la de Kirzner, vimos cómo la libertad estimula la reinterpretación creativa. Existe otra faceta: la que hace coincidir comportamiento adecuado y oportunidad.
En su famoso artículo “Uncertainty, Evolution, and Economic Theory”, Armen Alchian señaló que, en el mercado, no solo el comportamiento se adapta a la oportunidad, sino que la oportunidad adopta el comportamiento adecuado. Los sobrevivientes, explica, “pueden parecer quienes se adaptaron al entorno, cuando en verdad el entorno los adoptó”.[10]
Alchian ofrece un ejemplo:
“Supongamos que miles de viajeros parten de Chicago eligiendo caminos al azar. Solo una ruta tiene gasolineras; los que van por ella continuarán, los demás se detendrán al quedarse sin combustible. Si se movieran las gasolineras a otra ruta, surgiría un nuevo patrón de viaje sin que nadie cambiara su conducta. Todo lo que se necesita es un conjunto variado de viajeros dispuestos al riesgo.”[11]
Alchian pide una comprensión más evolutiva, que permita la conducta imitativa, arriesgada, innovadora y de ensayo y error.[12] Tal conducta, aunque no perfectamente racional, puede hallar serendipia: un descubrimiento afortunado que no se buscaba, que cambia la propia interpretación de lo que uno hace y que resulta evidente al hallarlo. A diferencia de la epifanía, no depende de la alerta: simplemente ocurre.
La idea de Alchian apunta a otra razón para valorar la libertad económica: incluso el comportamiento imprudente o arbitrario puede generar hallazgos útiles. La libertad económica incluye actuar sin pedir permiso —sin licencias ni certificaciones— usando la propiedad propia o celebrando acuerdos voluntarios.
A la libertad de experimentar se une la responsabilidad del fracaso: solo si el individuo o la empresa soportan sus errores puede el mecanismo competitivo seleccionar los comportamientos apropiados.
Cuando una forma de actuar —abrir un restaurante, distribuir autopartes, fabricar textiles— resulta exitosa, otros la imitan y aumentan los beneficios sociales; las que fracasan desaparecen. Alchian lo expresa con una metáfora balística: “El éxito se descubre… no por una búsqueda convergente individual, sino por el sistema económico mediante un proceso de disparo de escopeta.”[13] Es el caso de Jed Clampett, el personaje de The Beverly Hillbillies, que al disparar por comida encontró petróleo.[14] La libertad produce la descarga más amplia y premia los disparos que dan en el blanco.
A veces la serendipia surge del error. Muchos hemos descubierto funciones útiles en programas informáticos al tratar de corregir un fallo. Así también, escribe Samuel Eliot Morison, América fue descubierta “accidentalmente por un gran navegante que buscaba otra cosa”.[15] Alchian observa que gran parte del liderazgo económico surge de intentos fallidos de imitación.[16] Porque la libertad económica empuja al empresario a experimentar, es la que mejor genera serendipia.
Comparando, Kirzner explica el descubrimiento por interés; Alchian, por azar. Pero ambos muestran que la libertad multiplica los encuentros con el entorno y, con ello, las posibilidades de descubrimiento. Cada tipo de mente tiene su propia propensión a los accidentes felices.
En el transporte urbano, la experimentación de mercado implicaría nuevos modos, precios, rutas, horarios y servicios, provenientes tanto de dentro como de fuera del sector. Una política de libre empresa invitaría a todos a intentarlo y dejaría que los usuarios eligieran a los mejores. Según sus descubrimientos, unos fracasarían y otros prosperarían.
Si los economistas prestaran más atención a estos factores de descubrimiento, apoyarían más firmemente la libertad económica. Todos ellos muestran que (a) el conocimiento y la oportunidad son locales e individuales, y (b) están en constante cambio. Estos hechos nos recuerdan, como enseñó Hayek, que la economía será siempre en gran parte incognoscible.
Si, pese a los mayores esfuerzos intelectuales, los procesos económicos seguirán siendo en gran medida desconocidos, tiene poco sentido que el regulador, asistido por el economista académico, intente alterar los resultados mediante la regulación. El camino más sabio es simplemente salvaguardar las reglas de propiedad, consentimiento y contrato, y dejar libres a los ciudadanos para descubrir por sí mismos dentro de ese marco legal.
Notas
- Ronald Coase, “Business Organization and the Accountant” (de artículos publicados originalmente en 1938), en LSE Essays on Cost, editado por J. M. Buchanan y G. F. Thirlby (Nueva York: New York University Press, 1981), pp. 95-132.
- Arthur DeVany y Ross D. Eckert, “Motion Picture Antitrust: The Paramount Case Revisited,” Research in Law and Economics, vol. 14 (1991): 51-112.
- W. Somerset Maugham, “The Verger,” en The Complete Short Stories of W. Somerset Maugham, Vol. III (Garden City, N.Y.: Doubleday, 1952), pp. 572-578.
- Israel M. Kirzner, Discovery and the Capitalist Process (Chicago: University of Chicago Press, 1985).
- “El elemento crucial en la conducta que expresa alerta empresarial es la capacidad del decisor para trascender espontáneamente un marco existente de oportunidades percibidas.” Kirzner, p. 7.
- Israel M. Kirzner, Perception, Opportunity, and Profit (Chicago: University of Chicago Press, 1979), p. 155. “El aspecto distintivo de la actividad empresarial es su incapacidad para comprimirse dentro de la concepción de equilibrio del mercado.”
- Kirzner, Discovery, p. 28.
- Ibid., p. 30.
- Ibid.
- Armen Alchian, “Uncertainty, Evolution, and Economic Theory,” Journal of Political Economy, 1950; reimpreso en Economic Forces at Work (Indianápolis, Liberty Fund, 1977), p. 22.
- Ibid.
- Ibid., p. 32.
- Ibid., p. 31.
- El equivalente real de Jed Clampett fue James Marshall, un pionero que en 1848 intentaba construir un aserradero en Sierra Nevada y, por accidente, descubrió oro, iniciando la fiebre californiana.
- Samuel Eliot Morison, The Oxford History of the American People (Nueva York: Oxford University Press, 1965), p. 23.
- Alchian, p. 30.