La complejidad de las cadenas de suministro y los procesos de mercado que hacen que los calcetines sean mundanos para la mayoría de los habitantes del mundo actual pasa casi desapercibida y, por tanto, no se aprecia.
De la página 130 del excelente libro de Richard Dawkins de 1995, Río fuera del Edén:
Así pues, es probable que cualquier nueva mutación no tenga un solo efecto, sino varios. Aunque uno de los efectos pueda ser beneficioso, es poco probable que más de uno lo sea. Esto se debe simplemente a que la mayoría de los efectos mutacionales son malos. Además de ser un hecho, es lo que cabría esperar en principio: si se parte de un mecanismo de funcionamiento complicado -como una radio, por ejemplo-, hay muchas más formas de empeorarlo que de mejorarlo.
Nunca se insistirá lo suficiente en la importancia del principio al que se refiere Dawkins, y se aplica a casi toda la existencia, incluida la sociedad humana. Por complicada que sea una radio, un jumbo, un caballo o un cuerpo humano, la sociedad humana es mucho más compleja.
Pensemos en la economía mundial actual. En ella, literalmente miles de millones de personas -cada una con preferencias, talentos y conocimientos únicos- toman diariamente innumerables decisiones, en su mayoría minúsculas, y en su mayoría como ajustes en respuesta al flujo de resultados de («retroalimentación» de) la toma de decisiones en curso de los demás. La complejidad de la economía mundial es alucinante y, sin embargo, funciona asombrosamente bien, tan bien que la damos por sentada y sólo nos damos cuenta de que no satisface el ideal que tenemos en la cabeza.
Piensa en los calcetines aparentemente sencillos que llevas en los pies. No los has hecho tú. No tendrías ni idea de cómo empezar a hacerlos. ¿Quién cultivó el algodón? ¿Quién transportaba el algodón de la granja a la fábrica? ¿Quién aseguraba estas empresas comerciales? ¿Quién diseñó los calcetines? (Sí, están diseñados, como te darás cuenta si los examinas con un poco de atención). ¿Quién proporcionó los fondos para que el minorista pudiera almacenar los calcetines antes de que usted decidiera voluntariamente comprarlos? Usted no hizo nada de eso. Ninguna persona hizo más que una pequeña fracción de esas cosas. Y sin embargo, ahí están, en tus pies. Calcetines. Apenas les dedicaste un primer pensamiento, y mucho menos un segundo.
¿Cuánto pagaste por tus calcetines? Unos pocos dólares. Si has pagado por tus calcetines lo que hoy es aproximadamente el salario medio por hora de un trabajador ordinario estadounidense (22 dólares), has conseguido unos calcetines de lujo. Sin embargo, por una hora de su tiempo de trabajo, si usted es un típico trabajador estadounidense, ha recibido algunos de los frutos de las mentes y los esfuerzos manuales de literalmente cientos de millones de extraños de todo el mundo.
La complejidad de las cadenas de suministro y los procesos de mercado que hacen que los calcetines sean mundanos para la mayoría de la gente en el mundo de hoy casi no se ve y, por lo tanto, no se aprecia. Podemos hablar, y hablamos, de «la industria textil», «la industria minorista» y «la demanda de los consumidores». Pero estos términos nos dan con demasiada facilidad la impresión de que podemos saber lo suficiente sobre los fenómenos a los que se refieren. No es así. Y así nos volvemos fatalmente engreídos. Exigimos que el gobierno intervenga de tal o cual manera en los mercados: que ponga un arancel a este producto, que imponga un salario mínimo en ese país, que impida la subida de precios de esos productos básicos.
Los muchos que claman por «soluciones» gubernamentales simples y simplistas a los problemas económicos -algunos reales, la mayoría imaginarios- ignoran la enorme complejidad de los procesos de mercado en los que desean inmiscuir la pesada y torpe (y siempre agarrada) mano del Estado.
Como ocurre con la radio de Dawkins, hay muchas más formas de empeorar la economía que de mejorarla. Por lo tanto, lo más sensato es descentralizar la toma de decisiones al nivel más bajo posible. Que cada persona examine su entorno económico inmediato y, utilizando sus conocimientos y perspectiva únicos, se ajuste. Si esa persona se equivoca, el daño será localizado y tendrá un poderoso incentivo para hacerlo bien en los siguientes intentos. La propiedad privada y los derechos contractuales fomentan esta toma de decisiones localizada.
Pero la intervención del Estado no es localizada, sino sistémica y a gran escala. Las probabilidades de que el Estado acierte son escasas; las consecuencias negativas, imprevistas e invisibles de dicha intervención siempre anularán con casi total seguridad los beneficios que pueda aportar.
Por último, obsérvese esta importante diferencia entre una radio y la sociedad humana: la radio es el resultado tanto de la acción como del diseño humanos. Alguien diseñó, planificó y construyó (o hizo construir) la radio. En cambio, nadie diseñó, planificó ni construyó la sociedad humana. La sociedad (y la economía que forma parte de la sociedad) es el resultado de la acción humana, pero no del diseño humano. Este hecho sobre la sociedad es una razón más por la que los intentos de diseñar la sociedad o la economía están destinados al fracaso, y si el intento de ingeniería es masivo, al fracaso calamitoso.
Reimpreso de Café Hayek