Lecciones del siglo XVIII.
Cuando se inventaron las disciplinas de la economía y la sociología en Gran Bretaña hace 250 años, sus progenitores, como Adam Smith, David Hume, Adam Ferguson y otros, estaban preocupados por la relación entre la actividad comercial dinámica y el comportamiento humano. El dinamismo económico no solo se refería al crecimiento económico, el dinero y la división del trabajo, aunque también era eso. Se refería a cómo y por qué los individuos hacen que el comercio tenga éxito.
El padre de la economía moderna, Adam Smith, escribió de forma memorable en su obra de 1776 La riqueza de las naciones que los comerciantes eran mucho mejores promotores inmobiliarios que los terratenientes. Sus «hábitos… de orden, economía y atención», cultivados en los mercados urbanos, constituían la base sobre la que se construían sus beneficios y sus proyectos exitosos. La postura lánguida de los aristócratas, según Smith, es una buena imagen del estancamiento. Satisfechos con el statu quo e incapaces de imaginar cómo sus tierras podrían generar beneficios, viven sin creatividad y no reconocen la innovación.
El estancamiento está presente en todas las noticias. Y con razón. La ralentización de la productividad, el envejecimiento de las infraestructuras, los desequilibrios fiscales y la falta de innovación son tendencias que hacen que el dinamismo en el Reino Unido parezca más una cosa del pasado que del futuro.
Es tentador considerar el estancamiento y el dinamismo como meras cuestiones de política económica, pero nos hacemos un flaco favor si partimos de ahí. Para comprender verdaderamente lo que requiere una economía dinámica, haríamos bien en recuperar esa sensibilidad del siglo XVIII y entender el dinamismo como un fenómeno social y cultural, tanto como económico. En pocas palabras, si queremos vivir en una sociedad en la que más personas en más lugares produzcan y creen un mayor número de cosas buenas, ¿qué tipo de personas y comunidades necesitamos? Abordar el dinamismo económico a través de cambios normativos, tipos impositivos y políticas de innovación nos lleva parte del camino, pero no todo.
El premio Nobel Edmund Phelps y sus coautores han demostrado de forma convincente que las sociedades con mayores índices de creación de empresas, espíritu emprendedor e inventiva también promueven y acogen la apertura, la experimentación, la asunción de riesgos e incluso el aventurerismo. Contrariamente a la creencia popular, las sociedades dinámicas también registran mayores índices de satisfacción laboral entre la clase trabajadora. La idea de que las economías disruptivas e innovadoras crean ansiedad económica entre los trabajadores es una de las creencias más dudosas desde el punto de vista empírico que se aceptan comúnmente como un hecho. Que más empresas prueben nuevas tecnologías significa más puestos de trabajo y más oportunidades, y los trabajadores se benefician de ello tanto como los que tienen empleos profesionales. Las encuestas muestran que la insatisfacción laboral y la infelicidad en general prevalecen en lugares con mayores niveles de aversión al riesgo, mentalidad cerrada y menores niveles de innovación registrados.
Así que, en lugar de preguntarnos si tal o cual cambio normativo dará lugar a tal o cual pequeño aumento del PIB, quizá deberíamos empezar por preguntarnos qué tipos de comportamiento y actividad a nivel individual nos gustaría que fueran más frecuentes.
Las ciencias sociales modernas han descubierto que aquellos primeros economistas y sociólogos de hace 250 años estaban en lo cierto, así que quizá deberíamos empezar por ahí. En la literatura sobre psicología económica y social surgen ciertos tipos de rasgos que se hacen eco de lo que escribieron Adam Smith y sus contemporáneos y que se correlacionan con la movilidad ascendente, la actividad empresarial y la creatividad, es decir, el tipo de cosas que una sociedad dinámica requiere y fomenta.
En primer lugar, una mentalidad exploratoria es el hábito de aprender que surge de aprovechar la recompensa que sentimos cuando aprendemos algo nuevo. Es investigadora y opuesta a dar por sentadas todas las preguntas. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, está el rasgo de personalidad de los Cinco Grandes, la apertura, que es especialmente útil en circunstancias ambiguas, donde se correlaciona con la creatividad. Ser abierto por el simple hecho de serlo puede meterte en problemas, pero como actitud general de estar dispuesto a considerar nuevas ideas, aceptar nuevas experiencias y sentirse cómodo con la diferencia, es esencial en una sociedad innovadora. En tercer lugar, aceptar los retos en lugar de tomar el camino fácil se corresponde con niveles más altos de rendimiento. Los cursos exigentes predicen el éxito entre los estudiantes, al igual que la creencia de que el trabajo duro dará sus frutos. Mimando a los jóvenes en nombre de la seguridad puede ser contraproducente.
Un cuarto rasgo importante es la conciencia, otro de los cinco grandes rasgos, que es uno de los mejores indicadores de los ingresos a lo largo de la vida. La combinación de fiabilidad, organización y consideración es esencial para la movilidad ascendente. Desarrollar «lazos débiles» en las relaciones personales y profesionales es un quinto rasgo importante. «A quién conoces» ayuda a abrir oportunidades, pero, aunque parezca contradictorio, no suele provenir tanto de los amigos cercanos y la familia como de la red más amplia, por lo que aquellos que se les da bien cultivar las relaciones tienen más éxito cuando tienen nuevas ideas o son ambiciosos. Por último, las motivaciones no pecuniarias, como construir algo nuevo o crear grandes equipos, son rasgos más frecuentes entre los emprendedores que ganar mucho dinero.
Todas estas características se pueden cultivar, pero no están grabadas en nuestro ADN. Pensar de forma creativa sobre cómo cultivarlas y promoverlas es un paso importante para recuperar una economía dinámica y llena de oportunidades.