Las implicaciones morales de aranceles óptimos

Hay muchos problemas prácticos con esta teoría.

Una de las teorías favoritas de los proteccionistas es la de la tarifa óptima. Formulada en 1844 por el economista inglés Robert Torrens, esta teoría sugiere que, si un país tiene suficiente poder de mercado para influir en los precios de ciertos bienes, estaría mejor si impusiera un arancel, que estar bajo un sistema de libre comercio. Este artículo (This article) en el Chicago Policy Review brinda un buen resumen de la teoría:

“La teoría del arancel óptimo asevera que un país que es un importador grande de un bien en particular, puede transferir la carga económica de un arancel a la importación, desde los consumidores domésticos a los suplidores extranjeros, si el país tiene poder monopsónico en el mercado ̶ el país es comprador esencial de diversos suplidores que compiten entre ellos. Este poder monopsónico resulta en una oferta relativamente inelástica o insensible a los cambios en los precios, lo que obliga a los exportadores a reducir sus precios pre-arancelarios cuando hay un aumento en el arancel, a fin de mantener el mismo nivel de oferta, lo que le permite a los países importadores captar ingresos que previamente recibían los exportadores”.

Hay muchos problemas prácticos con esta teoría. En 1987 (In 1987), Thomas Humphrey explicó que los aranceles óptimos se basan en varios supusiciones irreales. Recientemente, Jon Murphy, de la Universidad George Mason, expuso (has pointed out) que, incluso si por algún milagro, todos esas suposiciones fuesen satisfechas en el mundo real, un arancel óptimo permanecería siendo óptimo sólo por un plazo muy corto.

Hoy deseo enfocarme en el aspecto moral de los aranceles más óptimos. En economía, la optimalidad se define como una situación en donde ninguna de las partes puede ser mejorada sin hacer que, al menos, alguien de la otra parte esté peor. En ausencia de aranceles e impedimentos, el libre comercio nos lleva a lo más cercano de esa situación.

La única forma de alegar que el sufrimiento de los extranjeros es irrelevante, es diciendo que ellos no son seres humanos o que, de alguna manera, son menos seres humanos que los ciudadanos de su propio país.

Por otra parte, un arancel óptimo hace que muchas otras personas estén peor. Un país grande e importador gana ingresos adicionales por los aranceles que impuso, pero, eso viene a expensas de personas que viven en los países exportadores, quienes tienen que pagar mucho más por los bienes que importan, que lo que tendrían que haber pagado bajo el libre comercio.

Este hecho lo descartan los proteccionistas, alegando que tan sólo importa el bienestar de las personas dentro del país que impone el arancel. El sufrimiento infligido sobre personas de otros países, es inmaterial.

Y, aquí es donde yace el problema. La única forma de alegar que el sufrimiento de los extranjeros es irrelevante, es diciendo que ellos no son seres humanos o que, de alguna manera, son menos seres humanos que los ciudadanos de su propio país.

Generalmente, cualquier política redistributiva se fundamenta en la deshumanización de vastas secciones de la humanidad. Cuando quienes formulan políticas públicas buscan beneficiar a agrupaciones de taxistas prohibiendo a Uber, están dando a entender que los choferes de Uber son menos humanos que los taxistas. Cuando quienes formulan las políticas públicas quieren implementar leyes de zonificación para beneficiar a los dueños de viviendas a expensas de quienes no tienen vivienda, en efecto, están declarando que las personas que no tienen vivienda no son seres humanos.

Las restricciones a la libre empresa y al libre comercio usualmente se basan en un razonamiento económico falaz y en evidencia empírica espuria, lo cual (correctamente) recibe nuestra mayor atención. No obstante, también deberíamos ocasionalmente examinar los abominables fundamentos morales de estas regulaciones.