Un trayecto diario por un río en Suiza nos muestra el valor de las soluciones locales.
Cuando viajo a una ciudad nueva, me aseguro de probar su sistema de transporte público, especialmente el metro. De todos los que he probado, el metro de Washington D. C. es mi favorito: sencillo, limpio y estéticamente minimalista. Ofrece una sensación de orden que puede resultar difícil de encontrar para el viajero medio.
Cualquiera que haya viajado en metro en hora punta sabe los retos que puede suponer. A pesar de ello, siempre lo he considerado el mejor medio de transporte para los viajeros habituales de las grandes ciudades. Aunque no todas las ciudades tienen las cualidades que hacen tan especial al metro de Washington D. C., en general son baratos, rápidos y relativamente eficientes.
Pero cuando estuve en Berna, la capital de Suiza, fui testigo de un desplazamiento al trabajo diferente a todos los que había visto antes. Junto al edificio del Parlamento, llegué a unas escaleras que bajaban hasta el río Aar. Allí vi a personas que se desplazaban al trabajo flotando en traje de baño y llevando bolsas impermeables con su ropa de trabajo. Dejaban que la corriente los llevara hasta su destino.
En Berna, el agua es clara y la corriente rápida. Nadar en el Aar es una opción segura y gratuita para ir al trabajo. En el calor del verano, también es una opción refrescante. Refrescarse en el Aar siempre ha sido una actividad veraniega para los lugareños, pero utilizarlo para desplazarse al trabajo es una práctica más reciente. Anna Baehni, que vive en el casco antiguo de Berna, dijo que el Aar es también un lugar de reunión social. Mientras nadan, la gente saluda tanto a amigos como a desconocidos.
La economista francesa Alexis Sémanne, en su artículo Spontaneous Order vs. Centralized Planning: Hayek’s Critique of the French Pandemic (Orden espontáneo frente a planificación centralizada: la crítica de Hayek a la pandemia francesa), utiliza a Hayek para criticar la respuesta de Francia al COVID-19. Lo presenta como un ejemplo de planificación centralizada excesiva arraigada en una tradición de racionalismo. Hayek criticaba el dominio de instituciones prestigiosas como la École Polytechnique y la École des Mines, que formaban a ingenieros para emplear un «enfoque matemático y determinista de la gobernanza».
La idea clave de Hayek sobre el orden espontáneo es que, cuando las costumbres surgen de las interacciones individuales a lo largo del tiempo, acabamos teniendo sistemas más centrados en el ser humano. Cuando una autoridad central intenta reunir conocimientos dispersos, el resultado tiende a ser un sistema rígido. En Ley, legislación y libertad, Hayek distinguió entre nomos (ley consuetudinaria, lo que llamamos «de abajo hacia arriba») y tesis (ley impuesta, lo que llamamos «de arriba hacia abajo»). Su argumento principal es que los sistemas funcionan mejor si surgen de prácticas compartidas a través de un proceso «de abajo hacia arriba».
Mientras que la respuesta de Francia a la pandemia ejemplifica la rigidez de la tesis, Berna ofrece un ejemplo vivo del nomos. El trayecto diario por el río Aar es un sistema que surgió de forma orgánica, moldeado por la tradición, el conocimiento local y las decisiones individuales. Ningún burócrata planificó este método de desplazamiento, y funciona. Los seres humanos tienen la capacidad de crear soluciones más bellas de lo que cualquier tecnócrata podría imaginar.
Esta costumbre surgió sin ninguna coordinación central. El río es abierto y accesible. Aunque personalmente me gusta tomar el metro, para aquellos que odian las multitudes, por muy bien planificado que esté, el metro siempre será, como mínimo, un poco desagradable. El trayecto fluvial de Berna demuestra que ir al trabajo no tiene por qué ser tan malo.
Como alguien que aprecia el metro y un mapa claro, no estoy sugiriendo que todas las ciudades envíen a los trabajadores de oficina a nadar por los ríos. En lugares como Nueva York, París o Londres, donde los principales ríos están muy contaminados (o llenos de tráfico de barcos), esto sería francamente imposible. Lo que hace que la experiencia del Aar sea tan especial es su imposibilidad de reproducirse a gran escala. Las condiciones que la hacen posible —agua limpia y alta confianza social— no pueden replicarse por arte de magia en otros lugares. La transferibilidad de una innovación depende de la interrelación de factores socioculturales, institucionales, tecnológicos, medioambientales y económicos. Ninguno de ellos puede producirse en masa.
Así que la pregunta no es «¿cómo copiamos esto?», sino «¿qué hay a nuestro alrededor que hemos pasado por alto?». Berna nos muestra que, cuando las personas son libres de experimentar con su entorno, el resultado puede ser realmente brillante. En una sociedad que se precipita tras grandes planes urbanísticos, el trayecto diario por el río Aar nos recuerda que algunas soluciones están ahí, esperando a que las descubramos.