El descarrilamiento de la evolución liberal clásica en la era progresista

Debemos reparar el empobrecido marco institucional de nuestro país

Fred Smith es presidente del Competitive Enterprise Institute.

Es cierto que cuando una parte considerable de los costes incurridos son costes externos desde el punto de vista de las personas o empresas que actúan, el cálculo económico establecido por ellas es manifiestamente defectuoso y sus resultados engañosos. Pero esto no es consecuencia de supuestas deficiencias inherentes al sistema de propiedad privada de los medios de producción. Es, por el contrario, consecuencia de las lagunas que deja el sistema. Podría eliminarse mediante una reforma de las leyes relativas a la responsabilidad por los daños infligidos y suprimiendo las barreras institucionales que impiden el pleno funcionamiento de la propiedad privada.

Ludwig von Mises

La acción humana

Esta afirmación capta la naturaleza dinámica central de la visión clásico-liberal de la civilización. La civilización es el lento proceso evolutivo por el que se desarrolla un rico marco de instituciones (propiedad privada, contratos, Estado de Derecho) que permite a los individuos realizar intercambios. Al hacerlo, los individuos promueven y protegen los valores que defienden. A medida que surgen nuevos valores, a medida que los antiguos recursos escasean, los liberales clásicos prevén que el marco institucional se amplíe para abarcarlos. El marco está siempre en constante cambio, creciendo gradualmente a medida que los intereses y los retos de la humanidad también se amplían.

La civilización desarrolló las instituciones familiares, que permitieron unidades de gestión diversificadas, entidades experimentales que podían correr riesgos sin poner en peligro a la tribu. La tierra pasó de la tragedia de los comunes a la propiedad privada. En épocas más recientes, el conjunto inicial de conceptos que componían la idea de propiedad privada se disoció para permitir la propiedad separada de los derechos sobre el subsuelo y, más tarde, la propiedad incluso del espectro electromagnético. Como se analiza más adelante, los recursos medioambientales son el último desafío a este proceso evolutivo.

Los liberales clásicos no consideran que el mercado falle, sino que la insuficiencia de recursos dificulta que los individuos expresen sus preferencias. Esa tensión crea la oportunidad para que los empresarios institucionales promuevan reformas que permitan expresar mejor esas preferencias. Desde el punto de vista liberal clásico, no se nos pide que protejamos el medio ambiente ni ninguna otra cosa. No existe una función de utilidad social. Más bien, los individuos adquieren el derecho a poseer recursos de nuevo valor y a determinar individualmente qué sacrificios -qué compensaciones- consideran que merecen la pena para proteger esos recursos.

Los precedentes -en la historia o en otras sociedades- guían esa evolución. Los innovadores inventan nuevas formas de "cercar" los bienes comunes (alambre de espino), idean métodos para desagregar los "palos" que componen la propiedad establecida (creando derechos enajenables sobre los minerales del subsuelo) y extienden los derechos de propiedad a los recursos recién adquiridos (el espectro electromagnético). La innovación institucional es el proceso de construcción creativa que integra una fracción cada vez mayor de los recursos mundiales en un sistema de intercambio voluntario. Esa integración libera la destrucción creativa del mercado ampliado, haciendo posible que el hombre resuelva cada vez más disputas sin conflictos ni los riesgos del colectivismo. La civilización es el proceso de ensayo y error en el que estos experimentos se validan o rechazan.

Este proceso evolutivo clásico-liberal se aceleró durante la Revolución Industrial, a medida que las energías creativas del hombre encontraban formas de trabajar con la naturaleza para producir valor. Ese proceso se debilitó con el éxito de la creencia "progresista" de que el orden planificado haría avanzar mejor la condición humana que el orden espontáneo defendido por el liberalismo económico. Los progresistas han conseguido en gran medida desbaratar la evolución institucional durante el último siglo aproximadamente. Los recursos que no se integraron en el orden liberal clásico antes de 1900 siguen sin integrarse hoy en día. Gran parte del oeste de Estados Unidos es propiedad del gobierno federal, al igual que casi todas las zonas marítimas. El espectro electromagnético, que Ronald Coase observó que se estaba privatizando activamente, volvió a estar bajo control colectivista. Y los depósitos de aire, los ríos y lagos, y la vida salvaje -todos los cuales se valorizaron a finales del siglo XIX- siguen estando totalmente bajo control político. La fatal arrogancia que motivó a los progresistas garantizó que la gestión política centralizada sustituyera al enfoque evolutivo que había prevalecido. El resultado es el batiburrillo de políticas públicas actual.

Enfoque del medio ambiente

La política medioambiental contemporánea ilustra el resultado de ese descarrilamiento. Hoy en día, la mayoría de los analistas políticos (incluso los libertarios) que se ocupan de los problemas medioambientales plantean la posibilidad de la propiedad privada de los recursos medioambientales (agua, vida silvestre, cuencas atmosféricas) como medio para abordar los problemas medioambientales, sólo para descartar rápidamente ese enfoque como inviable. Se nos dice que los costes de transacción asociados a la propiedad de los recursos medioambientales son demasiado elevados.

El desafío liberal clásico es reexaminar esta historia y evaluar qué instituciones podrían haber evolucionado si Estados Unidos no hubiera adoptado el colectivismo. Las raíces de la mayoría de los problemas modernos de política pública proceden de la destrucción del proceso evolutivo.

Las implicaciones de esta tesis son importantes. Explica muchas de las falacias de la economía moderna: fallos del mercado, monopolios "naturales" (que nunca se han encontrado en la naturaleza), bienes públicos, externalidades, falta de redes competitivas. Todas se derivan del estado empobrecido de las instituciones en toda la economía moderna. Sólo han escapado a este estancamiento las áreas en las que el gobierno fue demasiado lento para bloquear el proceso evolutivo (Internet, por ejemplo). Desarrollo este tema en el ámbito medioambiental.

Como sugiere la cita de Mises, no es obvio que hubiera surgido ningún problema medioambiental -o que, de haber surgido, hubiera persistido- si no hubiera prevalecido la Era Progresista. Al fin y al cabo, los problemas económicos son tan antiguos como la humanidad. El primer cavernícola que arrastró a casa su presa debió de sufrir las críticas de sus vecinos cuando el cadáver empezó a descomponerse. Aquellos primeros problemas medioambientales se resolvieron con la evolución de las normas culturales: llevarse los despojos, contaminar las aguas sólo aguas abajo de la tribu, alejar el fuego de las cabañas. Las sociedades tradicionales desarrollaron algunos procedimientos sofisticados para gestionar los problemas medioambientales.

La pregunta clave es: ¿por qué, al aumentar la riqueza y permitir esta mayor apreciación de los valores medioambientales, no evolucionaron nuevas instituciones que hubieran facultado a los individuos para expresar sus cambiantes preferencias?

La respuesta, en mi opinión, está en el debilitamiento del proceso evolutivo clásico-liberal que se produjo durante la Era Progresista. Los progresistas creían que los mercados y la propiedad privada ralentizaban el progreso y que la gestión colectiva de los recursos promovería con mayor seguridad el interés público. Así, bloquearon la extensión de la propiedad privada a los recursos que aún no habían sido privatizados (de hecho, en el caso del espectro electromagnético y de algunas tierras áridas del oeste, hicieron retroceder los incipientes esfuerzos de homesteading). Los progresistas también transformaron el Estado de derecho, haciéndolo más utilitario, más dispuesto a ignorar los valores individuales para promover el "bien común". Las preocupaciones sociales se impusieron a los derechos individuales. Las anteriores defensas del derecho consuetudinario de los derechos de propiedad individual, que podrían haber fomentado el desarrollo económico por vías más respetuosas con el medio ambiente, se debilitaron o abandonaron.

Nuevos organismos

Los progresistas también crearon o ampliaron una amplia gama de agencias "promocionales" -el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, la Oficina de Administración de Tierras, la Administración de Electrificación Rural, el Servicio Forestal de EE.UU.- para represar ríos, construir canales, gestionar tierras madereras y tender líneas eléctricas. El sesgo favorable al crecimiento económico de estas instituciones (sin duda la opinión popular en aquella época) las llevó a descuidar los valores medioambientales. Las opiniones progresistas llegaron a dominar la cultura estadounidense, lo que llevó a tribunales y legisladores a debilitar la intrusión molesta. La actividad económica se asoció a una escasa protección del medio ambiente; no es de extrañar que muchos estadounidenses consideraran que el desarrollo económico "causaba" desastres.

Así, cuando un Estados Unidos más rico empezó a dar más valor a las preocupaciones ecológicas -cuando, de hecho, la mayoría política efectiva empezó a exigir que se protegiera el medio ambiente-, la contaminación y otros problemas medioambientales se consideraron consecuencia de la actividad económica. La explicación del "fallo del mercado" fue aceptada, incluso por la mayoría de los "economistas del libre mercado".

Sin embargo, como sugiere la cita inicial de Mises, esta línea de pensamiento es confusa. Si las instituciones liberales clásicas hubieran evolucionado, los valores medioambientales se habrían integrado gradualmente en las distintas preferencias de los individuos. En épocas anteriores, los intercambios voluntarios favorecerían el desarrollo económico frente a la preservación del medio ambiente: la pobreza deja poco margen para la estética. Pero, incluso entonces, algunos intereses minoritarios habrían preferido la tranquilidad de sus propiedades inalteradas a la riqueza. Thoreau no era único, ni siquiera en su época. En un sistema que respetara la propiedad privada, Thoreau habría podido prohibir a aquellos cuyas actividades hubieran perturbado el uso pacífico de su propiedad.

Esas preferencias, aplicadas mediante recursos legales, habrían animado a los promotores económicos a idear métodos para paliar los daños medioambientales. Los ferrocarriles habrían adquirido zonas de amortiguación más amplias alrededor de sus líneas; las tecnologías habrían evolucionado antes para suprimir el ruido, los olores y las emisiones. Las actividades industriales nocivas se habrían ubicado en zonas alejadas de las personas sensibles. Las empresas que buscaran reducir costes habrían explorado métodos para volver a airear las aguas pobres en oxígeno o repoblar zonas de caza o pesca dañadas.

Además, la propiedad privada se habría extendido antes para garantizar esas protecciones a los recursos medioambientales a medida que éstos adquirían más valor para la ciudadanía. Como ejemplo de este proceso evolutivo, consideremos la forma en que evolucionaron los derechos de propiedad para proteger y avanzar en el desarrollo de los recursos líquidos subterráneos. Estados Unidos se había apartado de la tradición europea de transferir al Estado la propiedad y el control de todos los recursos minerales subterráneos. En Estados Unidos, los particulares eran propietarios privados de los derechos minerales del subsuelo y podían vender esas propiedades a promotores económicos si así lo deseaban. Ese ligero cambio fomentó una exploración empresarial mucho más agresiva en busca de objetos de valor. La privatización de los recursos del subsuelo hizo posible el rápido desarrollo de la industria petrolera moderna. (Soy consciente de que los pozos de petróleo ya existían mucho antes, en China, alrededor del año 1000 d.C.).

El resultado fue que el petróleo siempre se gestionó como un recurso sostenible. Desde que el coronel Drake descubrió el primer pozo en Titusville, Pensilvania, en 1859, hasta hoy, la industria petrolera privada estadounidense ha invertido grandes sumas en cartografiar los recursos subterráneos, buscando formaciones geológicas en las que pudiera encontrarse petróleo. Se desarrolló una nueva ciencia, la sismología, para hacer más eficaz esta exploración. Una vez descubierto el petróleo, los propietarios intentaron trazar los límites de cada yacimiento. Las empresas desarrollaron formas creativas de contactar y negociar con los propietarios de la superficie para adquirir la propiedad integrada de estas reservas. Una innovación creativa fue la "unitización": la adquisición de todos los derechos del subsuelo inicialmente dispersos y su reorganización económica en unidades físicas integradas, lo que permitía una perforación, bombeo y extracción más eficientes. El resultado de incorporar este recurso, antes de propiedad común, al marco institucional liberal clásico ha sido espectacular. El petróleo se ha convertido en un recurso cada vez más abundante a medida que nos hemos vuelto más hábiles a la hora de descubrirlo, desarrollarlo y refinarlo.

Nótese, sin embargo, que la evolución de los derechos de propiedad sobre el petróleo se produjo antes de la Era Progresista. Las políticas liberales clásicas seguían siendo dominantes; no había ninguna fuerza que bloqueara la evolución creativa de acuerdos institucionales racionales. Los progresistas aún no habían desbaratado el proceso por el que los recursos recién valorados se integraban gradualmente en el mercado.

Las aguas subterráneas y los progresistas

En cambio, las aguas subterráneas se convirtieron en un bien escaso -y por tanto valorado- después de que los progresistas se hicieran con el control. Las aguas subterráneas eran abundantes en el siglo XIX; además, las aguas superficiales solían ser una fuente más económica de este recurso. El valor de las aguas subterráneas en esta primera época no animó a nadie a incurrir en los costes de promover los acuerdos institucionales que habrían permitido su propiedad privada, como ocurrió con el petróleo. Así pues, los derechos de propiedad nunca se extendieron a las aguas subterráneas, por lo que nunca se convirtieron en un recurso "privado" como el petróleo.

El resultado de estos diferentes tratamientos de recursos líquidos subterráneos comparables es sorprendente: El bien relativamente escaso (el petróleo) se ha hecho cada vez más abundante, mientras que el bien relativamente abundante (el agua) se ha hecho cada vez más escaso.

Otro coste de la Era Progresista ha sido el creciente conflicto en torno a la política del agua. Cuando se descubre petróleo en una región, sus habitantes están eufóricos. Existe una forma bien establecida de intercambiar el valor de ese recurso con el mundo exterior, creando riqueza para la región local y una mayor disponibilidad de recursos para los consumidores del mundo. En cambio, por ejemplo, una planta de agua embotellada de una cuenca puede encontrarse con que la demanda de sus productos crece espectacularmente, pero se enfrenta a una gran oposición si pretende ampliar la producción. La falta de un método de intercambio acordado para transferir el agua garantiza el conflicto en lugar de la cooperación. Terry Anderson, economista del PERC, señala que esto explica el dicho: "El whisky es para beber; el agua, para pelear".

Por supuesto, en algunos ámbitos medioambientales sobrevivieron fragmentos de un orden institucional liberal clásico. En Inglaterra, los pescadores formaron asociaciones capaces de obligar a la industria y a los municipios a reducir los contaminantes nocivos. En algunas regiones, la costumbre y la cultura generaron acuerdos de derechos de propiedad para proteger el marisco en bahías y estuarios.

Pero las líneas generales siguen siendo desalentadoras. Los recursos que estaban fuera de la esfera privada en la década de 1890 siguen estándolo hoy. Y los recursos que apenas empezaban a entrar en la esfera privada en aquella época -el espectro electromagnético, la pesca y las tierras occidentales- volvieron efectivamente al control político y sufrieron la tragedia de los comunes. La aparición gradual del medio ambiente como aspecto valioso de la vida se produjo en un mundo desprovisto de instituciones liberales clásicas. Las antiguas defensas de los derechos de propiedad se fueron erosionando poco a poco y sus nuevas adaptaciones se vieron bloqueadas. El resultado fue que cuando los valores medioambientales se convirtieron en valores mayoritarios, pocos se dieron cuenta de que sería mejor protegerlos de forma privada mediante un programa creativo de privatización ecológica.

El desafío

El reto para los académicos liberales clásicos de hoy -y para todos aquellos que defienden los valores medioambientales- es volver a examinar los pasos evolutivos que se dieron antes de la Era Progresista. Nuestro objetivo debe ser recoger esos hilos embrionarios y extenderlos hasta nuestros días. Las dificultades para hacerlo son grandes. A falta de los incentivos y las innovaciones que existirían ahora, nos vemos obligados a realizar un imaginativo y difícil gedanken, o experimento mental: ¿cómo sería el mundo si no se hubiera producido el descarrilamiento progresista?

Como ya se ha dicho, los líderes del movimiento ecologista moderno no sólo desconocen el valor de la propiedad privada para proteger los valores medioambientales, sino que a menudo son antagónicos al mercado y a sus fundamentos institucionales. No sólo debemos presentar pasos razonables hacia un sistema de privatización ecológica, sino también trabajar para legitimar este enfoque. Una vía para tales reformas es reconocer la excesiva centralización de la política medioambiental actual (la opinión de que sólo el gobierno federal tiene la sabiduría y la preocupación necesarias para proteger los valores medioambientales) y reabrir el Laboratorio Verde de los Estados. La mayoría de los problemas ambientales son de carácter local y regional, e incluso los de mayor escala se producen en algún lugar antes de que ocurran a escala nacional. Las medidas que permitieran a los propietarios locales proteger sus propiedades tendrían un valor indirecto (externo) positivo para la nación en su conjunto. Hay que esforzarse por identificar y eliminar los obstáculos al ecologismo liberal clásico. Las defensas tradicionales del derecho consuetudinario de la propiedad -invasión y molestias- deberían reinstaurarse en las zonas donde las prácticas actuales lo permitan, e introducirse gradualmente donde las decisiones de localización del pasado impidan cualquier reforma inmediata. La dirección que debe tomar la reforma es clara: pensar creativamente en los cambios que probablemente se habrían producido si la marea progresista no hubiera desbaratado el proceso evolutivo.

Restaurar el orden liberal clásico en el ámbito medioambiental (o en cualquier otro) no será fácil, pero no hay alternativa. Gestionar la economía moderna mediante un control centralizado es imposible; "perfeccionar" el mercado mediante una normativa gubernamental omnipresente es aún más imposible. Sin embargo, la ausencia de derechos de propiedad sobre los recursos medioambientales -vida silvestre en Estados Unidos, cuencas atmosféricas, ríos, lagos y bahías en casi todas partes- significa que debemos empezar el proceso de reforma casi desde cero.

De hecho, en el ámbito ecológico, los problemas a los que nos enfrentamos son similares -pero quizá incluso mayores- que los que abordó Hernando de Soto al establecer derechos de propiedad privada sobre recursos convencionales como la tierra y los edificios en el mundo en desarrollo. En ambos casos, sabemos adónde queremos ir, pero no tenemos una hoja de ruta que nos guíe. De hecho, el problema en el ámbito medioambiental es mucho más complejo que en el económico. En el ámbito económico, existen aproximaciones operativas al mundo clásico-liberal, mientras que en el ámbito ecológico, sólo existen fragmentos.

Debemos reparar el empobrecido estado de nuestro marco institucional para abordar las preocupaciones medioambientales que todos compartimos. Fracasar en esta tarea es arriesgarse a nuevas pérdidas de libertad económica. El ecosocialismo es aún más complejo que el socialismo tradicional. Fracasará. Nuestro reto es garantizar que, cuando esto ocurra, exista y se comprenda una alternativa de libre mercado. Queda mucho trabajo por hacer.

Publicado originalmente el 1 de junio de 2004