Conozca al sacerdote jesuita que se rebeló contra el autoritarismo e inspiró a los revolucionarios estadounidenses

Juan de Mariana fue arrastrado ante la Inquisición acusado de traición por sostener que 'la ley natural es moralmente superior al poder del Estado'.

Los amantes de la libertad en todo el mundo harían bien en recordar a un indomable profesor universitario del siglo XVI llamado Juan de Mariana, quien fuera arrastrado ante la Inquisición y luchó contra los cargos de traición durante las festividades españolas de 1609-1610.

La historia comienza el 8 de septiembre de 1609, cuando unos hombres irrumpieron en el monasterio jesuita del profesor universitario jubilado, de 73 años, en Toledo, España, y presentaron trece cargos contra él, entre ellos el de traición. Sólo once días antes, Mariana había sido llevado ante los funcionarios de la Inquisición para responder a preguntas puntuales sobre su último libro, Sobre la alteración de la moneda.

¿Su supuesto delito? Escribir un nuevo libro que el rey de España, Felipe III, no apreciaba mucho.

Dado que el septuagenario es conocido por su defensa a la libertad individual y su profundo escepticismo sobre las soluciones estatistas, el nuevo libro puede haber sido la gota que colmó el vaso. A los ojos del rey y de su gobierno, Mariana había ido demasiado lejos esta vez, lo cual no es del todo injustificado, ya que sus ideas acabarían por formar parte de los gritos de guerra de la Revolución Americana y de los documentos fundacionales de Estados Unidos.

El auge del liberalismo clásico

Aunque las raíces del liberalismo clásico que condujo a la Revolución Americana pueden rastrearse a través de los primeros escritos judeocristianos hasta las obras de Aristóteles, muchos de los principios básicos del liberalismo fueron codificados en el siglo XVI por Mariana y otros eruditos afines durante el Siglo de Oro español. Por supuesto, el nuevo libro de Mariana hacía algo más que denunciar sin tapujos la manipulación del dinero por parte del gobierno y culparle de la paralizante inflación de los precios de la nación, aunque eso era ciertamente suficiente en aquellos días para justificar una orden de arresto. El profesor también insistió en que los reyes no son dueños de la propiedad privada de sus ciudadanos y afirmó que cualquier rey "que lo pisotea todo y cree que todo le pertenece" no es más que un tirano.

Mariana incluso sostenía que las naciones no tienen derecho a gravar al pueblo sin su consentimiento, ya que imponer impuestos no aprobados equivalía a robar lo que les pertenecía -todo lo cual, por supuesto, prefigura uno de los grandes lemas políticos de la Revolución Americana, "¡No hay impuestos sin representación!"

De hecho, las ideas que Mariana expone en su nueva obra se basan en las que ya expuso en su anterior y aún más controvertido libro, *Sobre los reyes y la realeza. En ese libro de 1598, Mariana había hecho la afirmación, aún más audaz, de que el pueblo tenía derecho a derrocar a sus gobernantes siempre que éstos coartaran su libertad de expresión y de reunión, confiscaran sus propiedades injustamente o impusieran impuestos sin su consentimiento.

Como señala el economista e historiador económico Murray Rothbard en su libro Economic Thought Before Adam Smith, Mariana -que sería muy leído en Inglaterra durante sus últimos años y después de su muerte- se anticipó así a la teoría de John Locke (1632-1704) sobre el consentimiento popular y la superioridad del pueblo sobre su gobierno. También fue el precursor de la afirmación del gran filósofo inglés de que los hombres establecen gobiernos en primer lugar para proteger sus derechos naturales. Con frases que anticipan la justificación del derecho a la rebelión de Locke y de la Declaración de Independencia, Mariana llegó a la conclusión de que era saludable que los gobernantes temieran que cualquier desliz real hacia la tiranía condujera a la rebelión.

Lanzado al mundo a finales del siglo XVI, estas ideas fueron posteriormente atribuidas al asesinato de los reyes tiranos franceses Enrique III y Enrique IV, y como resultado el libro fue prohibido y quemado en París tras una orden emitida por el Parlamento de París en la irónica fecha del 4 de julio de 1610 - la primera experiencia de Mariana con la censura gubernamental.

Sin embargo, como explica el moderno economista español Huerta de Soto, "todo lo que hizo Mariana fue llevar una idea -que la ley natural es moralmente superior al poder del Estado- a su conclusión lógica".

De hecho, la idea ya había sido desarrollada por otro pensador español al que se le atribuye la fundación del campo del derecho internacional, Francisco de Vitoria (1483-1546). Años antes de que Mariana sacara sus conclusiones, Vitoria había denunciado la conquista y el maltrato de las poblaciones nativas de América utilizando la misma lógica.

Y la influencia de Mariana en este sentido no terminó en las costas occidentales de Gran Bretaña: Thomas Jefferson descubrió a Mariana e incluso regaló ejemplares de uno de sus libros a sus amigos; y el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, incluyó al menos dos obras de Mariana en su biblioteca, entre ellas Del Rey y la Institución Real.

La lucha contra la opresión monetaria

En cualquier caso, al abordar otro aspecto de la injusticia real en su nuevo libro, Mariana sabía muy bien que pronto se encontraría en terreno peligroso con las autoridades. Pero siguió adelante con su proyecto monetario de todos modos, comentando en su momento que "es en los asuntos más brutales y escabrosos donde uno debe ejercer la pluma".

En el nuevo libro, Mariana explica en términos sencillos la verdad sobre la desvalorización monetaria, o lo que hoy se llama "impresión de dinero". En aquella época, el envilecimiento consistía en eliminar el contenido de metal precioso de las monedas para su uso por el rey y su gobierno. Mariana había visto cómo esta política había empobrecido a la ciudadanía y perjudicado al comercio, creando un descontento generalizado. Al ver cómo se desarrollaba el caos fiscal, comparó la política con un auténtico robo: "Mire", explicó, "¿se permitiría que un príncipe irrumpiera en los graneros de sus súbditos, tomara para sí la mitad del grano almacenado y, a modo de compensación, permitiera a los propietarios vender el resto al mismo precio que el conjunto original? No creo que haya nadie tan absurdo como para condonar tal acto".

En palabras que podrían dirigirse a la actual Reserva Federal, añadió que crear dinero era "como dar de beber a un enfermo a destiempo, que al principio le refresca, pero al final sólo empeora su estado y aumenta su sufrimiento".

En 1609, este tipo de diatriba era radical -razonable, incluso-, independientemente de que fuera económicamente sólida.

El profesor, de 73 años, fue detenido sumariamente y encarcelado tanto en Madrid como en Roma, donde el Papa Pablo V prohibió su libro. Escribir sobre las causas y las consecuencias de la crisis económica de la nación había sido, al final, una amenaza más amenazante para el establishment que las anteriores justificaciones que habia hecho Mariana sobre el derrocamiento y el asesinato de monarcas tiranos.

En Madrid, Mariana fue encarcelado y tuvo que prepararse para un juicio aparentemente desesperado en el que tendría que defenderse de la acusación de lesa majestad, o traición, una defensa que el profesor decidió emprender por su cuenta. Abandonado por amigos débiles y por su propia orden de jesuitas, Mariana se negó a retroceder y, el 3 de noviembre, respondió por escrito a los cargos, reafirmando su creencia de que el rey no tenía derecho a degradar la moneda sin el consentimiento del pueblo y que la inflación era similar a un impuesto ilegítimo, todo ello defendiendo firmemente su libertad de expresión.

Cuando los argumentos orales finalmente tuvieron lugar durante los primeros días de la Navidad de 1609, los testigos del profesor se mostraron reacios a subir al estrado (uno ni siquiera se presentó), mientras que sus más numerosos acusadores lo denunciaron ferozmente -muchos de ellos incluso afirmando que el rey podía hacer lo que quisiera con la oferta monetaria, así como con la propiedad del pueblo.

Finalmente, al día siguiente a la fiesta de los Reyes Magos de 1610, el gobierno dejó el caso, mientras que el profesor jesuita concluyó el suyo afirmando desafiantemente que él sólo respondía a las leyes naturales dadas por Dios, no a las del reino, especialmente cuando éstas contradecían las leyes de Dios. En este sentido, el caso quedó listo para sentencia varios días después.

Una especie de milagro

Lo que ocurrió después fue una especie de milagro navideño. En el último momento, el Papa intervino en el caso, negándose a consentir el castigo del septuagenario. Dada la todavía poderosa influencia de la Iglesia Católica en la España de principios del siglo XVII, al gobierno del rey no le quedó más remedio: terminó el juicio sin sentencia y Mariana, que ya tenía 74 años, pudo volver a su casa en Toledo.

Esto, por supuesto, no impidió que el rey español destruyera todas las copias del libro de Mariana que sus secuaces pudieran encontrar, un proyecto que sería completado por la Inquisición en los días posteriores a la muerte de Mariana en 1624. Sin duda, el profesor había aprendido una de las lecciones más amargas de su vida: Cuando uno se enfrenta a la autoridad política en defensa de la libertad individual, debe prever la posibilidad muy real de ser abandonado por muchos amigos y asociados, como efectivamente ocurrió con Mariana, quien no fue defendido por los jesuitas.

Y, sin embargo, entre la época de Mariana y 1776, el liberalismo clásico que él había ayudado a formular fue ampliado por John Locke y otros, y adoptado por los revolucionarios de Estados Unidos, dando como resultado la primera nación que proclamó que todos los hombres son creados iguales, que la soberanía reside en el pueblo y que el poder del gobierno debe ser limitado.

Mariana, en definitiva, había dejado su huella, y al hacerlo había cambiado el curso de la historia. Y su historia puede inspirar y revigorizar los esfuerzos de todos los que buscan la libertad y el auténtico liberalismo en el mundo actual.