5 ejemplos históricos de iniciativas de ayuda exterior que han salido mal

Los esfuerzos bienintencionados de ayuda internacional han existido durante siglos. También lo han hecho sus consecuencias no deseadas.

En su ensayo de 1850, "Lo que se ve y lo que no se ve", Frédéric Bastiat explica que "en la esfera económica, un acto, un hábito, una institución, una ley, no producen un solo efecto, sino una serie de efectos". Las consecuencias imprevistas transforman las buenas intenciones en malas políticas y uno de los mejores ejemplos de ello es la ayuda exterior.

Las buenas intenciones de Mansa Musa pueden ser el primer caso en la historia de ayuda exterior fallida. Conocido como el "Señor de las Minas de Wangara", Mansa Musa I gobernó el Imperio de Malí entre 1312 y 1337. El comercio de oro, sal, cobre y marfil convirtió a Mansa Musa en el hombre más rico de la historia del mundo.

Como musulmán practicante, Mansa Musa decidió visitar La Meca en 1324. Se calcula que su caravana estaba compuesta por 8.000 soldados y cortesanos; otros estiman un total de 60.000-12.000 esclavos con 48.000 libras de oro y 100 camellos con 300 libras de oro cada uno. Para mayor espectáculo, otros 500 sirvientes precedían a la caravana y cada uno llevaba un bastón de oro que pesaba entre 6 y 10.5 libras. Si se suman las estimaciones, llevó de un lado a otro del continente africano aproximadamente 38 toneladas del metal dorado, el equivalente hoy en día a las reservas de oro del Banco Central de Malasia, más de lo que tienen en sus bóvedas países como Perú, Hungría o Qatar.

En su camino, el Mansa de Malí permaneció tres meses en El Cairo. Todos los días entregaba lingotes de oro a los pobres, a los eruditos y a los funcionarios locales. Los emisarios de Mansa recorrían los bazares pagando con oro. El historiador árabe Al-Makrizi (1364-1442) cuenta que los regalos de Mansa Musa "asombraban a la vista por su belleza y esplendor". Pero la alegría duró poco. Fue tal el flujo del metal dorado que inundó las calles de El Cairo que el valor del dinar de oro local cayó un 20% y la ciudad tardó unos 12 años en recuperarse de la presión inflacionista que tal devaluación provocó.

Desde entonces, las consecuencias imprevistas de las buenas intenciones de la ayuda exterior se han repetido una y otra vez. Abundan los ejemplos históricos más recientes:

  1. Entre los años 50 y 60, bajo el programa Alimentos para la Paz -creado por Dwight D. Eisenhower en 1954- los mercados de India, Pakistán e Indonesia tuvieron que competir con el flujo masivo de productos agrícolas donados por Estados Unidos. Las donaciones llevaron a la quiebra a miles de agricultores locales y limitaron el desarrollo de la agricultura en estos países durante décadas.
  2. En 1971, el gobierno noruego destinó $22 millones de dólares a una planta de procesamiento de pescado en Kenia, en el lago Turkana. El objetivo era exportar el pescado y dar empleo a los turkanas, pero éstos eran nómadas sin conocimientos ni interés por la pesca. Además, el costo de los equipos de refrigeración y del agua potable era muy elevado. La planta cerró a los pocos días.
  3. El Banco Mundial le prestó a Tanzania más de $10 millones de dólares para la elaboración de anacardos. Como resultado, en 1982 Tanzania tenía 11 fábricas capaces de procesar el triple de lo que se producía al año. Además, en poco tiempo, seis de las fábricas estaban inactivas y necesitaban repuestos y las otras cinco funcionaban a menos del 20% de su capacidad. A Tanzania le resultaba más barato enviar sus anacardos crudos a la India para su procesamiento.
  4. En 1995, durante la guerra civil en Sudán, Solidaridad Cristiana Internacional comenzó a pagar entre $100 y $50 dólares de rescate por los esclavos dinka capturados en el sur del país. Resultaba más lucrativo vender esclavos a europeos y norteamericanos bienintencionados que venderlos al Norte por 15 dólares. La dinámica de las buenas intenciones animó a este mercado y a los esclavistas a tomar más cautivos.

A los problemas de las consecuencias imprevistas se suma el de los incentivos de las propias organizaciones que trabajan en el sector de la ayuda internacional. En 2019, Devex publicó la serie de investigación "¿Qué salió mal?".

Esta organización -que es la plataforma de comunicación y el mayor proveedor de servicios de contratación para el sector del desarrollo internacional- informó de cómo solo en Kenia, en los últimos 10 años, fracasaron unos 22 proyectos en casi todos los sectores "incluyendo salud, educación, igualdad de género, vivienda y adaptación al cambio climático". Devex llega a una conclusión clave sobre por qué se repiten estos errores: "En un sector que tiende a recompensar las buenas noticias con más financiamiento, las organizaciones de ayuda pueden ser reacias a admitir las deficiencias de los proyectos o, lo que es peor, su fracaso".

Entonces, ¿funciona la ayuda internacional al desarrollo de buen corazón? En contra del argumento de Jeffrey Sachs para aumentar el gasto en ayuda exterior, el economista William Easterly afirma que "Occidente ha gastado $2.3 billones de dólares en ayuda exterior en las últimas cinco décadas (...) y tanta compasión bienintencionada no ha dado resultados para las personas necesitadas".

Aunque muchos, como Bill Gates, que piensan que la ayuda exterior es incuestionablemente buena, el flujo de capital de los países desarrollados alimenta en gran medida la corrupción de los gobiernos receptores y disminuye la responsabilidad de estos gobiernos ante los más necesitados. Y lo que es peor, pospone las reformas necesarias para que estos países se integren en el comercio mundial bajo instituciones sólidas y economías libres de cargas burocráticas. Al fin y al cabo, ¡ésta es la mejor manera de lograr el progreso!

Las agencias internacionales de desarrollo parecen estar tomando conciencia del impacto de las consecuencias no deseadas. Sin embargo, no es suficiente. La Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de EE.UU. (GAO) informó de que en 2015 seis grandes organizaciones tuvieron en cuenta los efectos secundarios imprevistos en sólo aproximadamente el 28% de las evaluaciones de sus proyectos de ayuda exterior.

Muy a menudo, las consecuencias imprevistas acaban destruyendo las buenas intenciones de quienes olvidan lo que se ve y lo que no se ve, como escribió Frédéric Bastiat. Por desgracia, como dijo Milton Friedman, "uno de nuestros grandes errores es juzgar las políticas y los programas por sus intenciones y no por sus resultados".

No se trata de abandonar la solidaridad, sino de aprender y ser más eficaces en la noble tarea de ayudar a los más necesitados.