La campaña contra el plástico pasa por alto sus múltiples beneficios.
El plástico es uno de los villanos predilectos de la propaganda ambiental. Los legisladores han apuntado sus primeros dardos contra los popotes (straws en inglés) y las bolsas de plástico, cuya prohibición ya es popular a lo largo y ancho del planeta. ¿Pero qué tan adecuada es la cruzada contra el plástico? ¿Cómo llegamos a la conclusión de que las alternativas al plástico son más ecológicas y que su prohibición o regulación tiene sentido?
Para una economista, salta una aparente contradicción: Lo más ecológico es aquello que compromete menos recursos escasos en la naturaleza. Los precios son índices que registran la escasez. Si los consumidores están interesados en cuidar su dinero, y pueden elegir libremente entre bolsas de plástico y otras alternativas, el que elijan voluntariamente las bolsas de plástico refleja que los precios relativos del plástico son más bajos. Y el bajo precio relativo del plástico indica que las alternativas requieren recursos más escasos. Es decir… que son potencialmente menos ecológicas.
Lo ecológico es contextual.
Más aún, lo ecológico no es una cualidad intrínseca de ningún material. Lo ecológico es contextual. Una bolsa plástica que vuela por los aires y termina en un río parece poco ecológica. Pero si una persona encuentra la bolsa y limpia con ella los desechos de su mascota en un parque público, habrá transformado un contaminante potencial en un artículo útil para mitigar otro tipo de contaminación. De la misma forma, una bolsa de tela colgada de un perchero y usada una decena de veces no es necesariamente más ecológica que una bolsa plástica que sirvió para desechar correctamente los desechos de Firulais, el perro.
Los beneficios del plástico
Imaginen un escenario hipotético donde el plástico no existiera y que nunca hubiera existido. Las aplicaciones y demandas que ahora satisface el plástico serían cubiertas con materiales y tecnologías intensivas en cartón, madera, aluminio, vidrio o tela. La prensa nos alertaría sobre todos los árboles talados para empaques; la inmensa cantidad de agua utilizada para la industria del cartón y del textil; la alta tasa de extracción de minerales en escasez y las hectáreas de bosque comprometidas para el cultivo de fibras orgánicas. Imaginen, luego, que alguien descubriera un material que prometiera reducir en casi cinco veces el uso de agua; en más de dos veces, fuentes de energía no renovable; en tres veces, la emisión de gases de efecto invernadero¹. Un material barato, maleable, higiénico, resistente y que, además, ¡no requeriría la tala de un solo árbol! Olas de consumidores preocupados por sus finanzas y la conservación de recursos naturales irían a consumirlo y sería mal visto utilizar bolsas de papel, por ejemplo, que costaran recursos valiosos y bosques. El invento, afortunadamente, ya existe: el plástico.
La campaña contra el plástico pasa por alto sus múltiples beneficios. Las bolsas de plástico, por ejemplo, generan un impacto ambiental menor que las bolsas de papel o tela. Según la Agencia Ambiental del Reino Unido², una bolsa de papel debe usarse al menos siete veces para ahorrar el impacto ambiental de su fabricación con respecto a una bolsa plástica. Por su parte, una bolsa de tela debe usarse 327 veces.
La campaña contra el plástico pasa por alto sus múltiples beneficios.
Los empaques plásticos en alimentos permiten extender su vida útil y facilitar su distribución. En la carne, un empaque plástico al vacío extiende su vida de cuatro a 30 días. Un pimiento en una bolsa plástica perforada extiende su caducidad de cuatro a 20 días. Una botella plástica pesa 10 veces menos que una botella de vidrio. Las ventajas permiten que los alimentos sean más fáciles de transportar y requieran menos combustible; que sean más duraderos y más fáciles de almacenar, con lo cual hay menores costos en el consumo de energía para su refrigeración, transporte y menor desperdicio de recursos. Los plásticos son más baratos que sus sustitutos porque su fabricación es más eficiente. Y no es de obviar que la mayor eficiencia resulta en bienes más accesibles para personas de menos ingresos.
Aunque materiales como el papel o la tela tienen una biodegradabilidad más rápida, su fabricación requiere el uso intensivo de otros recursos: árboles, agua, hectáreas de cultivo, etcétera. Y quienes protestan contra el desperdicio, quizá deban saber que las bolsas de plástico provienen de insumos que de otro modo serían un desecho producto de la refinación de petróleo. Por otra parte, el proceso de biodegradación consiste en la descomposición química del material, que invariablemente emite gases como metano o bióxido de carbono, principales responsables del fenómeno conocido como “calentamiento global”. Es decir, incluso en algo tan bien aceptado como la característica biodegradable de un material, existe un trade off: los gases emitidos por su descomposición.
El Tramo desde las externalidades negativas a la prohibición
Los bajos precios del plástico sintetizan todas las ventajas enumeradas. Pero los escépticos dirán, con razón, que los precios no cuentan toda la historia. Un subproducto del uso del plástico es la contaminación en mares, ríos, calles o sistemas de drenaje. El precio de usar plástico no refleja adecuadamente el costo de este subproducto, por lo que el precio es, quizá, más bajo de lo que sería si los costos de contaminar entraran en el cálculo. Los economistas llaman externalidades negativas a los costos no computados en decisiones privadas.
Las externalidades negativas del uso del plástico son serias y ameritan atención. Para algunos, la opción más adecuada es aquella que usa la coerción del Estado: ¡Debemos prohibir los plásticos desechables! Después de todo, pareciera ser la opción más fácil de idear y de implementar. ¡Basta con firmar una nueva ley!
Las consecuencias de la prohibición no son triviales. Para apreciarlas, podemos ir de reversa con los beneficios que enumeramos: la prohibición vuelve más atractivo el uso de sustitutos que consumen más agua y recursos, con un impacto ambiental más alto. Prohibir las bolsas de plástico desechables, por ejemplo, no necesariamente reduce la contaminación: substituye un tipo de contaminación por otro. La prohibición a las bolsas de plástico encarece la recolección de heces animales, lo cual contamina parques y vías públicas. En ciudades en las que el sistema de agua y drenaje es deficiente, el empleo de bolsas plásticas facilita el desecho de papel higiénico empleado en los sanitarios, que la prohibición dificulta. Las bolsas de tela y papel no son alternativas del todo higiénicas, pues acumulan bacterias que propician enfermedades. Y aquellos ciudadanos que eran precavidos al recolectar su basura de forma ordenada en bolsas de plástico probablemente estarán tentados a dejar de hacerlo o hacerlo con menor frecuencia. No es claro que, en el balance, los nuevos tipos de contaminación sean menos perjudiciales que los primeros. Y, ciertamente, los apologistas de la prohibición, en quienes recae la carga de la prueba, no han ofrecido sustento de que tal sea el caso.
Prohibir las bolsas de plástico desechables, por ejemplo, no necesariamente reduce la contaminación: substituye un tipo de contaminación por otro.
Aquellos que amantes del plástico tienen una razón más para desconfiar de la prohibición: desalienta la discusión saludable de una sociedad abierta abordar un problema de diferentes modos. En un capítulo sobre las bolsas de plástico en Plastic: A Toxic Love Story, Susan Freinkel dice que “Lo frustrante de observar las guerras contra las bolsas en los tres últimos años ha sido ver cómo la política va tras respuestas fáciles, empleando medidas que no son tan efectivas en cambiar el modo en que las personas piensan”. Y es que como menciona en su libro, fueron las solicitudes ambientalistas de volver a este producto mucho más eficiente lo que volvió a las bolsas más delgadas, y con ello más aerodinámicas.
Un vistazo al verdadero problema: ¿qué nos queda por hacer?
Para reducir los factores externos negativos se requiere no castigar el plástico, sino indagar en los incentivos que gobiernan el que los plásticos sean desechados de formas costosas y deficientes. No obstante, no hay una panacea que resuelva el problema de la contaminación, pero el debate debe considerar costos ocultos y el rastreo de verdaderas causas y responsables. Las medidas ideales deben alertar a quienes contaminan de los costos que imponen, de modo que compensen por el daño causado.
¡Nuestra falta está en la disposición y manejo al ser un producto no biodegradable fácilmente! El gobierno falla de modo persistente en la tarea que se atribuye: la de administrar la basura y mantener espacios públicos limpios. En México, el 87% de los basureros son catalogados como “tiraderos a cielo abierto” ³, debido a que no cumplen con las normas ambientales para ser considerados rellenos sanitarios que eviten la contaminación por filtración o de otros tipos.
Debemos exigir al gobierno el cumplimiento de sus propias normas ambientales y el establecimiento de un mejor marco institucional que prevenga la contaminación, y abandonar la visión que categóricamente etiqueta al plástico como algo “malo”, mientras etiqueta a los sustitutos como algo “bueno”. Tanto el plástico como sus sustitutos son bienes con características útiles y aplicaciones valiosas. Y todos ellos, requieren un tratamiento específico al terminar su vida útil. Los biodegradables deben estar en un relleno sanitario que evite la emisión de gases por descomposición, mientras los no biodegradables deben reciclarse o en un relleno sanitario que evite su permanencia en otro ecosistema. Prohibir cualquiera acarrea costos e ineficiencias que nublan nuestra apreciación de sus relativas bondades, y nos hacen olvidar la responsabilidad primordial de disponer y administrar correctamente de cada tipo de residuo según sus características.
En nombre del ambiente, los invito a cambiar el debate desde la coerción y la limitación de libertad a uno sobre la eficiencia y productividad en el uso de nuestros recursos. Después de todo, no hay nada más ecológico que aquello que es eficientemente producido, consumido y desechado.
Fuentes
1. Eco-Bilan Carrefours Life Cycle Analysis, 2004
2. 2011 U.K. Government Environment Agency Study
3. Instituto Nacional de Geografía e Informática (INEGI). (http://cuentame.inegi.org.mx/territorio/ambiente/basura.aspx?tema=T)