Lo que el Cáucaso Meridional puede enseñar a Occidente sobre la autosuficiencia.
En el Cáucaso Meridional, la gente no espera a que le den permiso para resolver los problemas. Construyen lo que necesitan con lo que tienen, sin esperar ayuda de arriba.
En Georgia y Armenia, donde la confianza en las instituciones centralizadas sigue siendo baja y la burocracia es a menudo una barrera en lugar de una fuente de apoyo, la gente ha desarrollado algo que Occidente está perdiendo silenciosamente: un instinto cultural de autosuficiencia.
Este instinto no es solo un ideal. Es la forma de sobrevivir cuando se corta la electricidad, el sistema sanitario está infradotado o el alcalde local está más interesado en las fotos que en los baches. Y en una época en la que Occidente se ahoga en la regulación, la dependencia y la planificación vertical, hay una lección silenciosa que aprender de esta región caótica pero funcional: no se necesita un Estado perfecto para prosperar. Se necesita comunidad, creatividad y libertad para actuar. Tomemos como ejemplo el sistema educativo estadounidense: sobrecargado de burocracia y exámenes estandarizados, a menudo deja a profesores y alumnos sin poder. Sin embargo, los programas de aprendizaje de base, las redes de educación en el hogar y las iniciativas financiadas por la comunidad están llenando el vacío que deja el sistema. No es la perfección, pero es la gente la que lo hace funcionar.
Resiliencia frente a dependencia
Pasea por un pueblo georgiano y verás lo que ocurre cuando la gente se las arregla por sí misma. Los vecinos se ayudan mutuamente a vendimiar para elaborar vino casero (que todavía se vende de forma informal en todo el país). Las mujeres mayores venden hierbas frescas y churchkhela (un dulce tradicional) en las aceras, sin la carga de los requisitos de permisos y la supervisión de las empresas. Las familias regentan casas de huéspedes informales en las montañas, que promocionan a través de grupos de WhatsApp y el boca a boca.
No se trata solo de encantadoras peculiaridades culturales. Son actos de resiliencia económica frente a la debilidad de los sistemas formales. En lugares como Tusheti o Samtskhe-Javakheti, las infraestructuras básicas siguen siendo poco fiables. Por eso, la gente construye sus propias carreteras, pone en común dinero para reparaciones comunitarias e incluso organiza labores de limpieza de nieve cuando el Estado se olvida de ellos.
En Armenia, tras la guerra de 2020 en Nagorno-Karabaj, el Estado no estaba preparado para proporcionar refugio y apoyo a miles de personas desplazadas. Ante la lentitud de la respuesta estatal, organizaciones de la sociedad civil, redes eclesiásticas e incluso canales de Telegram intervinieron para organizar la distribución de alimentos, el alojamiento y el apoyo psicológico. Voluntarios localizaron apartamentos disponibles, entregaron suministros y coordinaron el transporte. No hubo una estrategia centralizada, solo acciones descentralizadas. Y funcionó.
Economías informales, libertad real
Los economistas occidentales suelen considerar los mercados informales como un lastre. Pero en el Cáucaso son tanto un salvavidas como una forma de libertad.
Tomemos como ejemplo los mercados «Depo» de Tiflis o el extenso bazar del barrio de Malatia-Sebastia, en Ereván. Allí, los vendedores pagan en efectivo, negocian los precios libremente y se adaptan a la demanda con una rapidez asombrosa. Una semana venden zapatillas deportivas falsificadas y, a la siguiente, jabones artesanales o piezas de coche de segunda mano. No hay normas rígidas de concesión de licencias ni juntas de planificación urbana. Solo el ritmo de la oferta y la demanda.
Durante la COVID-19, cuando los confinamientos y los toques de queda cerraron gran parte del sector de las pequeñas empresas en Europa, los trabajadores informales de Georgia se adaptaron rápidamente. Los conductores se convirtieron en servicios de reparto. Los agricultores utilizaron grupos de Facebook para vender sus productos directamente a los clientes urbanos. Casi de la noche a la mañana surgió todo un sistema logístico clandestino. No porque el Gobierno lo coordinara, sino porque la gente no esperó a que la rescataran.
La burocracia en Occidente
En Occidente, a demasiadas personas se les ha enseñado que los problemas se resuelven votando más o presionando más. ¿Necesitas una casa? Exige el control de los alquileres. ¿No encuentras trabajo? Culpa al capitalismo. Cuando llega una crisis, el primer instinto no es organizarse con los vecinos, sino esperar a que el gobierno ponga en marcha un programa.
Pero, con demasiada frecuencia, los programas públicos no se ajustan a los problemas del mundo real. En Francia, obtener una licencia comercial es un laberinto burocrático. En California, se culpa al fracaso del mercado por el costo de la vivienda, cuando en realidad son las leyes de zonificación y los procesos de revisión ambiental los que impiden que se construya nada. ¿Quién sobrevive? Los grandes promotores inmobiliarios. Todos los demás quedan excluidos.
Mientras tanto, el Cáucaso Meridional, con su enfoque ad hoc y sin regulación, no está paralizado. Se adapta.
El poder del localismo
Uno de los ejemplos más poderosos de resiliencia de abajo hacia arriba proviene del valle del Rioni, en el oeste de Georgia. Cuando el gobierno respaldó un proyecto hidroeléctrico de propiedad extranjera que amenazaba con inundar pueblos y desplazar a familias, los habitantes locales no esperaron a las ONG de élite ni a los partidos políticos. Acamparon, organizaron manifestaciones, construyeron puestos de información en las carreteras y retransmitieron sus protestas en directo. Sin un mando central, crearon uno de los movimientos de resistencia popular más impactantes del país en años y obligaron a detener el proyecto.
Ese es el tipo de poder de organización descentralizado con el que suelen soñar los activistas occidentales, pero que rara vez consiguen construir. ¿Por qué? Porque en Occidente, el activismo suele estar profesionalizado, burocratizado y depender de subvenciones. En el Cáucaso, sin embargo, es un movimiento DIY impulsado por la necesidad.
No idealices, pero tampoco ignores
Nada de esto es idealizar la disfunción. La corrupción, el nepotismo y la debilidad del Estado de derecho son problemas reales en el Cáucaso Meridional. Pero lo que surge en respuesta es algo extraordinario: personas que no se derrumban cuando los sistemas fallan. Dan un paso al frente. Buscan soluciones. Recuerdan que la libertad no es comodidad, sino capacidad.
Occidente, en su búsqueda de la igualdad de resultados, ha creado capas de dependencia que erosionan la capacidad de acción individual. Pero la libertad sin responsabilidad es vacía. Y la eficiencia sin libertad es frágil.
Lo que nos enseña el Cáucaso no es cómo perfeccionar la sociedad, sino cómo sobrevivir en ella y mejorarla, desde abajo.